Ya habíamos hablado aquí de cómo los parásitos pueden manipular a sus huéspedes al grado de convertirlos en zombis a su servicio. La duela del hígado hace que las hormigas trepen a la hierba para ser comidas por vacas, que así se infectan. Los baculovirus obligan a las orugas a trepar plantas y quedarse inmóviles, hasta que revientan y lanzan una lluvia de virus para infectar más orugas. Hay avispas que inyectan sus huevecillos en catarinas y las hacen proteger a la larva cuando emerge, cuidando su capullo.
Pero no sólo los insectos pueden ser utilizados por los parásitos para sus fines. Los mamíferos, incluido el humano, no nos libramos. El virus de la rabia convierte perros en máquinas de infectar. Y se sabe desde hace mucho que el protozoario Toxoplasma gondii, que infecta alegremente a muchos mamíferos pero que sólo puede reproducirse sexualmente en los gatos, es capaz de alterar el comportamiento de ratas y ratones, haciéndolos perder su miedo natural a los felinos, e incluso haciendo que se sientan atraídos por el olor de su orina. Esto ocasiona que los roedores envalentonados sean más fácilmente devorados por el gato, favoreciendo al parásito.
Lo inquietante es que Toxoplasma también parasita a los humanos, que lo adquirimos al ingerir sus huevecillos (por ejemplo por contaminación con heces de gato). Se calcula que al menos 30% de la población mundial está infectada. Luego de la fase aguda de la infección, los parásitos se alojan principalmente en el tejido muscular y nervioso, donde forman quistes, y pueden permanecer ahí toda la vida (la infección normalmente es asintomática, aunque puede causar malformaciones y abortos en mujeres que se infectan por primera vez durante el embarazo).
¿No podría Toxoplasma estar también alterando nuestro comportamiento, como lo hace con las ratas? Quizá sí. Un estudio del investigador checo Jaroslav Flegr, llevado a cabo en Praga y publicado en 2002, mostró que las personas con toxoplasmosis latente (es decir, no recién infectados) tienen un riesgo 2.5 veces mayor que la población sana de tener accidentes de tráfico (ya sea como conductores o como peatones). También hallaron que el riesgo disminuye conforme el paciente tenga más tiempo infectado (medido por la cantidad de anticuerpos anti–Toxoplasma en su sangre, que disminuye con el tiempo).
La explicación podría residir en que el parásito parece disminuir el tiempo de reacción y la capacidad de concentración de los sujetos infectados. Esto podría deberse a que aumenta la concentración del neurotransmisor dopamina en el cerebro (pues posee una enzima que la fabrica, la hidroxilasa de tirosina). “Si nuestros datos son correctos, alrededor de un millón de personas al año muere [en accidentes de tráfico] por estar infectados por Toxoplasma”, afirmó Flegr al diario The Guardian en 2003.
Para inquietarse más, la toxoplasmosis podría también ser un factor causal de la esquizofrenia y la neurosis… y el investigador Kevin Lafferty, de la Universidad de California en Santa Bárbara, llegó a proponer, comparando datos del porcentaje de población infectada y la prevalencia de neurosis en varios países, que Toxoplasma podría ser un factor importante que determine parte de las características de las distintas culturas humanas.
Se trata sólo de hipótesis y evidencia preliminar, es cierto. Pero de comprobarse –para lo cual habrá que hacer muchos estudios más amplios y detallados–, tendríamos que enfocar nuestra relación con los parásitos que nos infectan de una manera totalmente nueva. Quizá no somos tan dueños de nuestro propio destino como creíamos.
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