Todo mundo sabe que exponerse al frío puede causar catarro (sobre todo las madres, que abrigan a sus retoños cuando ellas sienten frío, aunque el chilpayate esté muriendo de calor).
Sin embargo, desde hace tiempo la ciencia ha declarado falsa tal creencia: no había evidencia ni mecanismo conocido mediante el cual la baja temperatura favorezca la infección por rinovirus (o por cualquiera de los otros cientos de virus que causan el resfriado común). Más bien, se pensaba que era el estar encerrado con otras personas debido al clima frío en invierno lo que facilitaba los contagios. (De hecho, a muchos sabelotodo les encanta burlarse de quien se cubre para no acatarrarse, considerándolos ignorantes.)
Pero la sabiduría popular a veces tiene la razón. Además de la experiencia de las mamás, y de cada uno, que nos hace ponernos suéteres y bufandas para no enfermarnos –porque cuando no lo hemos hecho hemos pagado las consecuencias– el nombre mismo de la enfermedad confirma su relación con los enfriamientos. Si bien la palabra catarro viene del griego katarrous, que significa “flujo que baja” (de katá, hacia abajo –misma raíz de “catabolismo”–, y rhein, “fluir” –por eso el estudio de los fluidos se llama “reología”), su sinónimo resfriado deriva de “enfriar” (igual que su nombre en inglés, cold).
Una de las debilidades que más frecuentemente se le achaca a la ciencia es que cambia de opinión. Pero en realidad se trata de una de sus mayores virtudes: la capacidad de ajustar sus teorías cuando surge nueva evidencia; de corregir los errores que inevitablemente se cometen en el camino, y de avanzar así hacia un conocimiento cada vez más profundo y confiable.
Desde hace varias décadas se sabe que, por alguna razón, los rinovirus pueden reproducirse (replicarse) más rápidamente, y por tanto causar infecciones, a temperaturas ligeramente inferiores a los 37 grados centígrados del cuerpo humano. La mucosa nasal suele tener una temperatura de entre 33 y 35 grados. Pues bien: resulta que un equipo de investigadores de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, comandado por Akiko Iwasaki, decidió investigar el por qué de esta preferencia del virus por el frío.
Investigaciones previas habían mostrado que el efecto del frío parece no depender del virus en sí. Así que Iwasaki y sus colegas decidieron investigar si la causa estaba en el organismo infectado. Usando células de tejido respiratorio de ratón, y cultivando los virus a 33 o 37 grados, hallaron que a baja temperatura la respuesta de las células, que involucra la producción de interferón –una clase de proteínas que hacen que las células cercanas activen diversos mecanismos de defensa contra los virus– disminuyera.
La investigación, publicada en la Revista de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos (PNAS) el 20 de enero de 2015, demostró así que en efecto, una baja temperatura puede causar que los rinovirus puedan infectar más fácilmente no sólo la mucosa nasal, sino también el tejido pulmonar (de hecho, últimamente se ha hallado que los rinovirus son también importantes en ataques de asma e infecciones pulmonares).
De modo que la ciencia dice, después de todo, que nuestras madres tenían razón. Más vale taparse cuando hace frío: ¡no nos vaya a dar un catarro!
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