El juego de vincular conceptos aparentemente ajenos puede ser buen medio para ejercitar la mente. Aprovecho la invitación a dar una charla sobre “La muerte del darwinismo” para explorar las relaciones entre la vida y obra de Charles Darwin y el tema de la muerte (pues el darwinismo sigue vivito y evolucionando).
Los encuentros de Darwin con la parca no son pocos. Su madre falleció en 1817, cuando él tenía sólo ocho años; eso causó que lo internaran en una escuela. Años después, ya casado con Emma, su prima y luego esposa, tuvo diez hijos, de los cuales dos fallecieron muy pequeños (nada extraño en esos tiempos). Pero el fallecimiento de su preferida, la pequeña Annie, a los diez años, fue sin duda el encuentro más traumático de Darwin con la muerte. Tanto, que se cree que acabó con la poca fe religiosa que le quedaba.
La propia muerte de Darwin fue poco relevante: fue enterrado con pompa en la Abadía de Westminster, sitio reservado a los grandes hombres de Inglaterra. La excesivamente modesta lápida en el suelo que marca su lugar de reposo contrasta con la cercana tumba de Isaac Newton, una especie de mini–Disneylandia.
También las ideas de Darwin se relacionan con la muerte: nos ayudan a entender, por ejemplo, cómo surge.
Y es que los organismos más antiguos, formados por una sola célula, son inmortales. Se alimentan, crecen y cuando llega el momento se dividen en dos, pero no mueren. Sólo con el surgimiento de los organismos multicelulares y la reproducción sexual aparecen los fenómenos del envejecimiento y la muerte: el precio que hay que pagar a cambio de la capacidad de formar organismos más complejos.
Además de ayudar a entenderla, las ideas de Darwin pueden, mal usadas, causar la muerte: a principios del siglo XX el desarrollo de la seudociencia de la eugenesia, que buscaba el mejoramiento de la raza humana mediante la selección darwiniana, se puso de moda y dio pie a los excesos del nazismo. Todavía hoy, la aplicación del pensamiento darwiniano en contextos sociales carga ese estigma. La moraleja es que el darwinismo, como cualquier conocimiento, puede usarse para bien o para mal. Es por eso que conviene comprenderlo bien.
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