Fray Esteban Núñez había nacido en Antequera, pero se hizo fraile boticario en Burgos. Entró en el monasterio de San Juan, uno de los principales de la ciudad burgalesa, y aprendió el oficio de otro boticario benedictino, fray Esteban Villa, el mejor en su arte de toda la península, tanto, que hasta el mismísimo Felipe IV le pedía medicinas, pese a tener a su disposición un nutrido elenco de boticarios reales.
Fray Esteban debía de ser fuerte de carácter, resistente a la obediencia, y no debía de hacer buenas migas con el Abad, que no dudó en desterrarle a San Julián de Samos, en la verde Galicia. De oca a oca, podríamos decir, de un San Juan burgalés a un San Julián lucense, ambos en el Camino de Santiago. Pero fray Esteban no daba su brazo a torcer así como así. Consideró que el Abad le había castigado injustamente y no dudó en solicitar amparo al mismísimo Nuncio Papal, que falló a su favor, pudiendo volver a su botica castellana y seguir ejerciendo como regente de la fastuosa botica de San Juan, la más importante botica monástica de la zona.
Entre ungüentos y tríacas, fray Esteban escribió una obra memorable, titulada Miropolio General y Racional de Botica, compuesta en el año 1680, aunque inconclusa. Debió de quedar entre cuadernos de cuentas y recetas de la botica monástica hasta que, a mediados del siglo XIX, otro farmacéutico burgalés, Ángel Cecilia, inventarió la botica de San Juan, con motivo de la desamortización de Mendizábal. Al encontrarse con el manuscrito, y calificarlo de "mérito histórico", lo puso en conocimiento del ayuntamiento de la ciudad, proponiendo que se conservase en la Biblioteca Municipal, por considerar que su custodia había de ser muy útil y favorable a los que acudían a investigar la historia burgalesa.
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